Aborto, Familia

El Papa ante aborto: “Nuestra respuesta es un sí decidido y sin vacilaciones a la vida”

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El Papa Francisco reiteró su clara postura ante la “cultura del descarte” del aborto, que busca la eliminación de los seres humanos más débiles, y dijo que “nuestra respuesta a esta mentalidad es un ‘sí’ decidido y sin vacilaciones a la vida” que es siempre sagrada e inviolable.

ACI Prensa presenta una traducción del discurso pronunciado en italiano por el Pontífice ante los ginecólogos católicos participantes del encuentro promovido por la Federación Internacional de las Asociaciones de Médicos Católicos. Este discurso cobra mayor importancia luego de que algunos medios seculares manipularan una extensa entrevista hecha al Papa, intentando presentar al Santo Padre como opuesto a la lucha pro-vida y pro-familia.

Discurso del Papa Francisco:

1. La primera reflexión que quisiera compartir con ustedes es esta: asistimos hoy a una situación paradójica, que tiene que ver con la profesión médica. De una parte constatamos –y damos gracias a Dios– los progresos de la medicina, gracias al trabajo de científicos que, con pasión y sin descanso, se dedican a la investigación de nuevas curas. Sin embargo y de otra parte, vemos también el peligro de que el médico olvide su propia identidad de servidor de la vida. La desorientación cultural ha atacado también algo que parecía un ámbito inatacable, ¡el vuestro, la medicina! Por su naturaleza al servicio de la vida, las profesiones sanitarias son inducidas a veces a no respetar la vida misma.

En vez de ello, como nos recuerda la Encíclica Caritas in veritate ‘la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social. La acogida de la vida forja las energías morales y capacita para la ayuda recíproca’ (n. 28).

La situación paradójica se ve en el hecho de que, mientras se atribuyen a la persona nuevos derechos, a veces presuntos derechos, no siempre se tutela la vida como valor primario y derecho primordial de cada hombre. El fin último del actuar médico es siempre la defensa y la promoción de la vida.

2. El segundo punto: en este contexto contradictorio, la Iglesia hace un llamado a las consciencias, a las consciencias de todos los profesionales y voluntarios de la sanidad, de manera particular de ustedes los ginecólogos, llamados a colaborar en el nacimiento de nuevas vidas humanas. La vuestra es una singular vocación y misión, que necesita de estudio, de consciencia y de humanidad. En un tiempo, las mujeres que ayudaban al parto eran llamadas ‘comadres’: como una madre con la otra, con la verdadera madre. Ustedes también son ‘comadres’ y ‘compadres’, también ustedes.

Una difundida mentalidad de lo útil, de la ‘cultura del descarte’, que hoy esclaviza los corazones y las inteligencias de tantos, tiene un altísimo costo: exige eliminar seres humanos, sobre todo si física o socialmente son más débiles. Nuestra respuesta a esta mentalidad es un ‘sí’ decidido y sin vacilaciones a la vida. ‘El primer derecho de una persona humana es su vida. Ella tiene otros bienes y algunos de ellos son más preciosos; pero aquél es el fundamental, condición para todos los demás’ (Congregación para la Doctrina de la Fe. Declaración sobre el aborto provocado, 18 de noviembre de 1974, 11).

Las cosas tienen un precio y se pueden vender, pero las personas tienen una dignidad, valen más que las cosas y no tienen precio. Muchas veces nos encontramos ante situaciones donde vemos que lo que menos cuesta es la vida. Por esto la atención a la vida humana en su totalidad se ha convertido en los últimos tiempos en una verdadera prioridad del Magisterio de la Iglesia, particularmente a aquella mayormente indefensa, es decir los que tienen discapacidad, los enfermos, el nascituro, el niño, el anciano, que es la vida más indefensa.

En el ser humano frágil cada uno de nosotros está invitado a reconocer el rostro del Señor, que en su carne humana ha experimentado la indiferencia y la soledad a la que con frecuencia condenamos a los más pobres, ya sea en países en vías de desarrollo, ya sea en las sociedades más pudientes.

Todo niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro de Jesucristo, tiene el rostro del Señor, que antes incluso de nacer y luego apenas nacido ha experimentado el rechazo del mundo. Y todo anciano y –¡he hablado del niño: pasemos a los ancianos, otro punto!– Y todo anciano incluso si está enfermo o al final de sus días, porta en sí el rostro de Cristo. ¡No se pueden descartar, como nos propone la ‘cultura del descarte’! ¡No se pueden descartar!

3. El tercer aspecto es un mandato: sean testimonio y difusores de esta ‘cultura de la vida’. Vuestro ser católicos comporta una mayor responsabilidad: primero que nada hacia ustedes mismos, por el esfuerzo de coherencia con la vocación cristiana, y luego hacia la cultura contemporánea, para contribuir a reconocer en la vida humana la dimensión trascendente, la impronta de la obra creadora de Dios, desde el primer instante de la concepción.

Y esto es un esfuerzo de nueva evangelización que exige con frecuencia ir contracorriente, el pago en persona. El Señor cuenta también con ustedes para difundir el ‘Evangelio de la vida’.

Nunca dejen de rezar al Señor y la Virgen María para tener la fuerza de cumplir bien vuestro trabajo y dar testimonio con coraje. ¡Con coraje! –hoy se necesita coraje– el ‘Evangelio de la vida’. Muchas gracias”.

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