El 21 de abril de 2025 falleció el Papa Francisco. Al tiempo que nos unimos a la oración por su eterno descanso, recordamos algunas de las grandes líneas de sus enseñanzas en torno a la defensa de la vida humana, en especial en el inicio y el final de la vida.
A modo de resumen, y sin pretensiones de exhaustividad, podemos señalar algunas características de estas enseñanzas:
-La condena al aborto procurado se inserta en la defensa de los más débiles.
-Siempre enfatiza que el tema del aborto es una cuestión de dignidad y derechos humanos.
-Exhorta a acompañar a las madres, especialmente vulnerables, en lo que puede verse una convergencia con el mensaje de “salvar las dos vidas”.
-Se preocupa de resaltar que la vida por nacer debe ser recibida como viene, en una clara respuesta a los abortos eugenésicos.
-Denuncia la mentalidad antinatalista y las presiones internacionales para imponer el aborto.
-En línea con su énfasis en destacar el lugar de los ancianos en la sociedad, condena la eutanasia y el suicidio asistido, que son una amenaza a la familia.
-Vincula la defensa de la vida humana con el tema del cuidado de la casa común.
-Acuña la expresión “cultura del descarte”, que tiene una fuerza comunicacional muy potente.
-En el fondo, el problema del aborto y la eutanasia se vinculan con un problema antropológico vinculado con la absolutización de la técnica.
A continuación, un desarrollo de estos aspectos.
El aborto: Desde sus primeros documentos el Papa Francisco se ocupó de rechazar con claridad los intentos de legalización del aborto. Su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG), considerada como uno de sus documentos programáticos, puso en el centro de su preocupación a los más débiles. Así, en el n. 213 de EG decía Francisco: “Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, «toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre»” (EG 213).
Salvar las dos vidas: Esta firme condena al aborto se reiteró en numerosas ocasiones, tanto en documentos como en entrevistas. Al mismo tiempo, su Magisterio, en línea con el pensamiento de san Juan Pablo II, también llamaba la atención sobre la importancia de acompañar a la mujer: “Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?” (EG 214). De alguna manera, vemos en este llamado una convergencia con la línea argumental que se han instalado tan fuertemente en estos años ante el drama del aborto y que se resume con el lema: “salvar las dos vidas”.
El aborto eugenésico: en la exhortación Amoris Laetitia (2016), el Papa Francisco reflexiona sobre los niños por nacer y la importancia de acoger la vida como venga, sin importar sus características: “Con los avances de las ciencias hoy se puede saber de antemano qué color de cabellos tendrá el niño y qué enfermedades podrá sufrir en el futuro, porque todas las características somáticas de esa persona están inscritas en su código genético ya en el estado embrionario. Pero sólo el Padre que lo creó lo conoce en plenitud. Sólo él conoce lo más valioso, lo más importante, porque él sabe quién es ese niño, cuál es su identidad más honda. La madre que lo lleva en su seno necesita pedir luz a Dios para poder conocer en profundidad a su propio hijo y para esperarlo tal cual es… El amor de los padres es instrumento del amor del Padre Dios que espera con ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin condiciones y lo acoge gratuitamente” (n. 170). Detrás de estas palabras, podemos ver la invitación a superar la tentación del aborto eugenésico y desarrollar una cultura de la inclusión, que comienza en el momento mismo del diagnóstico prenatal.
Las políticas de salud reproductiva y el problema demográfico: en la misma exhortación Amoris Laetitia, recogiendo las conclusiones del Sínodo de los Obispos realizado previamente, el Papa Francisco presenta su visión sobre la situación actual de la Familia y llama la atención sobre la mentalidad antinatalista y el problema demográfico: “Asimismo, el descenso demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud reproductiva, no sólo determina una situación en la que el sucederse de las generaciones ya no está asegurado, sino que se corre el riesgo de que con el tiempo lleve a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el futuro. El avance de las biotecnologías también ha tenido un fuerte impacto sobre la natalidad. Pueden agregarse otros factores como la industrialización, la revolución sexual, el miedo a la superpoblación, los problemas económicos. La sociedad de consumo también puede disuadir a las personas de tener hijos sólo para mantener su libertad y estilo de vida. Es verdad que la conciencia recta de los esposos, cuando han sido muy generosos en la comunicación de la vida, puede orientarlos a la decisión de limitar el número de hijos por motivos suficientemente serios, pero también, por amor a esta dignidad de la conciencia, la Iglesia rechaza con todas sus fuerzas las intervenciones coercitivas del Estado en favor de la anticoncepción, la esterilización e incluso del aborto. Estas medidas son inaceptables incluso en lugares con alta tasa de natalidad, pero llama la atención que los políticos las alienten también en algunos países que sufren el drama de una tasa de natalidad muy baja. Como indicaron los Obispos de Corea, esto es «actuar de un modo contradictorio y descuidando el propio deber»” (n. 42).
La eutanasia y el suicidio asistido: el Papa Francisco también ha sido un firme opositor a la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido. Ello se enmarca tanto en su defensa de los más débiles, como en el especial lugar que ocupaban los ancianos en su visión de la sociedad. Así se expresaba en Amoris Laetitia: “La mayoría de las familias respeta a los ancianos, los rodea de cariño y los considera una bendición. Un agradecimiento especial hay que dirigirlo a las asociaciones y movimientos familiares que trabajan en favor de los ancianos, en lo espiritual y social […] En las sociedades altamente industrializadas, donde su número va en aumento, mientras que la tasa de natalidad disminuye, estos corren el riesgo de ser percibidos como un peso. Por otro lado, los cuidados que requieren a menudo ponen a dura prueba a sus seres queridos. Valorar la fase conclusiva de la vida es todavía más necesario hoy, porque en la sociedad actual se trata de cancelar de todos los modos posibles el momento del tránsito. La fragilidad y la dependencia del anciano a veces son injustamente explotadas para sacar ventaja económica. Numerosas familias nos enseñan que se pueden afrontar los últimos años de la vida valorizando el sentido del cumplimiento y la integración de toda la existencia en el misterio pascual. Un gran número de ancianos es acogido en estructuras eclesiales, donde pueden vivir en un ambiente sereno y familiar en el plano material y espiritual. La eutanasia y el suicidio asistido son graves amenazas para las familias de todo el mundo. Su práctica es legal en muchos países. La Iglesia, mientras se opone firmemente a estas prácticas, siente el deber de ayudar a las familias que cuidan de sus miembros ancianos y enfermos” (n. 48).
Defensa de la vida y ecología: profundizando la idea de “ecología humana” que había lanzado san Juan Pablo II, en la encíclica “Laudato Si’” del Papa Francisco, encontramos una importante vinculación entre la defensa de la vida y la defensa de la “casa común”. Dice Francisco: “Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social»” (Laudato Si’, n. 120).
Cultura del descarte: al reflexionar sobre el tema de la vida humana en la sociedad actual, el Papa Francisco siguió el enfoque de Juan Pablo II y Benedicto XVI, preocupados por el problema de la cultura de la muerte, pero con un giro propio que se reveló como particularmente incisivo e interpelante. En efecto, el Papa Francisco denuncia la “cultura del descarte”, un término que se difunde en especial a partir de su encíclica “Laudato Si’” (2016). En la encíclica Fratelli Tutti (2020) dice: “La falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales. Así, «objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos»[14]. Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados. No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar” (n. 19).
El problema antropológico: la cultura del descarte encuentra su explicación en un problema antropológico. Ya en 2014, en un discurso al Parlamento Europeo en Estrasburgo decía el Papa Francisco: “Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica. El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer”.
La dignidad humana: justamente, en ese discurso en el Parlamento Europeo, dirá el Papa: “afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad”.
Podríamos recordar muchos otros textos referidos a estos temas y que señalan una línea central de su Magisterio, consistente con su énfasis en la opción preferencial por los pobres y la defensa de la dignidad humana, que no nacía de una visión ideológica, sino de la fe en Cristo, como leemos en la encíclica Fratelli Tutti: “Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad infinita». A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología continúa enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad” (n. 85).
Encomendamos al Papa Francisco a la misericordia de Dios y rezamos por su eterno descanso, con fe y esperanza en la Resurrección, y con gratitud por su vida, enseñanzas y ministerio. |