Destacado

Aterrada por su alma» al descubrir que repartir anticonceptivos la hacía culpable de abortos

LA CONVERSIÓN DE OTRA GERENTE DE PLANNED PARENTHOOD

Se acaba de publicar en Estados Unidos Redimida por la gracia, el relato de la conversión, en 2011, de Ramona Treviño, directora de un centro de Planned Parenthood. Ramona era contraria al aborto, pero se lavaba las manos: ella sólo repartía anticonceptivos y derivaba a las jóvenes embarazadas a otros centros. El momento clave de su conversión fue cuando entendió que esa sangre también estaba en sus manos y, sobre todo, cuando sintió que Dios le decía: «No es demasiado tarde»

22/02/15 1:32 PM | Imprimir | Enviar

Te puede interesar:

(Alfa y Omega) Algunos consideran a Ramona Treviño la Abby Johnson de los anticonceptivos. Las dos son de Texas, las dos fueron gerentes de centros del gigante abortista Planned Parenthood, las dos terminaron dejando sus trabajos y uniéndose al movimiento provida. Sin embargo, a diferencia de Abby Johnson, Ramona nunca apoyó el aborto, y en su centro no se practicaban. Su conversión fue distinta: Dios la ayudó a ver que la contracepción es la otra cara de la moneda del aborto, y que aunque sólo facilitara las conductas que llevaban a las jóvenes a quedarse embarazadas y las derivara a centros abortistas, era responsable de esas muertes. Tres años después de su conversión, Ramona acaba de publicar Redimida por la gracia, un libro en el que cuenta su camino como una católica que viajó a Planned Parenthood, y volvió.

De origen hispano, su vida no ha sido fácil: su madre era distante, su padre alcohólico, y las peleas en casa durante su infancia eran frecuentes. Con ocho años, llegó a subirse al tejado y suplicó a Dios que parara la pelea que estaban teniendo sus padres, especialmente violenta. En ese momento, un rayo iluminó el cielo, y Ramona se convenció, de una vez para siempre, de que Dios estaba cerca de ella.

A los 16 años, se quedó embarazada, y dejó los estudios para casarse por lo civil con su novio, un joven posesivo que durante siete años la maltrató, hasta el punto de llevarla al borde del suicidio. Al final, Ramona pidió el divorcio. En 2006, se casó por la Iglesia con Eugene, al que había conocido dos años antes. Tras dos años de matrimonio, una amiga la animó a pedir trabajo en la clínica de Planned Parenthood en Sherman (Texas).

Ramona siempre se mantuvo personalmente contraria al aborto. El hecho de que en su centro no se practicaran, sino que se derivara a las jóvenes embarazadas a otras clínicas, le permitía tranquilizar su conciencia. Fundamentalmente, su labor se centraba en las derivaciones para abortos, y en la distribución de anticonceptivos, una cuestión en la que no compartía la doctrina de la Iglesia. Ella misma los usaba. Durante tres años, siguió desarrollando este trabajo. Pero su conciencia, y la realidad de la industria del aborto, cada vez le ponían más difícil el dormir tranquila.

«Era la directora de una clínica que recetaba anticonceptivos y derivaba a abortorios -cuenta en el primer capítulo de su libro-. Durante tres años, me había estado intentando convencer de que mi trabajo no tenía nada que ver con el aborto, o de que, al menos, no me hacía directamente responsable de ellos; a pesar de los cientos de chicas que cada año enviaba a otra clínica a terminar sus embarazos. Algo que había oído varias veces en la radio católica me había estado obsesionando: «La contracepción es la puerta al aborto». Esto me preocupaba no sólo por mis acciones personales, sino porque había entregado mucho de mí misma a un lugar donde se creía que el control de la natalidad era absolutamente necesario para la libertad».

La historia de su conversión es todo un mosaico en el que han intervenido de forma decisiva muchos de las entidades protagonistas del movimiento provida en Estados Unidos. Está la campaña de 40 días por la vida, que empezó a celebrarse delante de su centro justo la Cuaresma anterior a su conversión, en abril de 2011. No en vano, su libro se ha presentado en la víspera del comienzo de otra campaña de Cuaresma de esta iniciativa, el martes 17 de febrero. Cuando comenzó a tener dudas sobre su trabajo, empezó a hablar con ellos y descubrió que, en vez de unos chalados como siempre le habían dicho, eran personas que se preocupaban por ella y estaban dispuestas a ayudarla.

También intervino la asociación Live Action, especializada en investigaciones encubiertas en abortorios. En concreto, una de las cosas que empezó a hacer sospechar a Ramona que la entidad para la que trabajaba no se preocupaba por las mujeres como dice continuamente su propaganda fue el hecho de que, cuando una de estas investigaciones de Live Action desveló que los trabajadores de algunos centros estaban dispuestos a no denunciar casos sospechosos de tráfico sexual de menores, la preocupación de sus jefes no fue cómo poner fin a este encubrimiento, sino qué debían hacer los trabajadores para evitar ser grabados.

No podía faltar la gran labor provida de la Iglesia católica. Una vez se convirtió y dejó Planned Parenthood, uno de los primeros sitios donde acudió para ofrecerse a ayudar fue el Comité Católico Provida de Texas, una de las instituciones católicas del país con un programa más amplio de defensa de la vida.

Sin embargo, el golpe de gracia lo recibió a través de una radio católica, Guadalupe Radio Network, y del programa La buena lucha, de Barbara McGuigan. Así lo cuenta en Redimida por la gracia. Había comenzado a escucharlo unos meses antes de su conversión, y le atraía, aunque aumentaba sus dudas sobre las implicaciones morales de su trabajo. Un martes de ese mes de abril, Ramona salió del trabajo. Ese día sólo encendió la radio al aparcar delante de su casa. Barbara estaba hablando del aborto, y comenzó a explicar que algún día todos seríamos juzgados por Dios, y que una de las preguntas sería «¿Conocías la causa provida? ¿Y tú qué hiciste?»

«Me vi delante del Señor -recuerda-. Ya no era Bárbara la que hablaba, sino Dios, y no a alguien al azar que hubiera llamado a la radio, sino a mí. Todos esos meses escuchando esa emisora, buscando la respuesta a la pregunta que había mantenido dentro de mí, sin revelársela ni siquiera a mi marido, me atraparon en un claro susurro de verdad: Nada, Ramona, no has hecho nada. Al contrario, has estado dirigiendo a los bebés, junto con sus madres, a su muerte, si no del cuerpo, del alma. Eres culpable. Volví a ver las caras de algunas de las jóvenes clientas que había ayudado. Habían entrado en nuestra clínica buscando respuestas, buscando que alguien les diera algo de esperanza. Pero yo no se la había dado. En vez de eso, con una sonrisa, les había dado unos folletos sobre sexo seguro y un paquete de píldoras antes de mandarlas de nuevo al mundo, vulnerables y destinadas a repetir el mismo comportamiento destructivo que las había traído hasta nosotros en primer lugar. Oh, Dios. Lo siento, fue todo lo que conseguí musitar».

Lo siguiente que le salió fue un alarido, «y una vez empecé a llorar, parecía que no iba a parar nunca». Después de un rato, salió del coche, entró en casa y se echó en brazos de su marido, contándoselo todo. «No quería asustarle, y sin embargo yo estaba asustada, aterrada por mi alma. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? ¿Cómo podía no haber visto que era cómplice? Le hablé de la radio católica, y de los 40 días por la vida, y del libro de Abby Johnson que había leído y de cómo las personas que siempre me habían dicho que estaban locas en realidad no lo estaban». Por fin, en medio de su angustia, una voz que llevaba tiempo intentando hacerse oír le aseguró: «No es demasiado tarde».

Pocos días después, Ramona dejó su trabajo y, como ya se ha dicho, se empezó a poner en contacto con entidades provida.La clínica en la que trabajaba terminó cerrando, otro logro de los 40 días por la vida. Ramona ha pasado bastante tiempo sin trabajo, pero se siente «totalmente bendecida. Cuando dejé Planned Parenthood -contó en un evento virtual organizado el día 16 de febrero, la víspera de la presentación oficial del libro- pensaba seguir con mi vida, buscar otro trabajo y encontrar la felicidad en otro sitio. Y Dios no me soltó, en ningún momento me ha dejado sentir que estaba ausente. Sentía como si me estuviera llamando a mucho más. Y así fue ocurriendo. Tuve un par de oportunidades de compartir mi historia en público. Y es divertido cómo», a pesar de no gustarle hablar en público, «compartir mi historia me salía como algo natural. Nunca me había imaginado hablando en público, ni escribiendo un libro, pero Dios no me soltaba». Tras rezar mucho y consultar con su director espiritual, «finalmente tomé la decisión de que había que contar esta historia, porque no iba sobre mí, sino de devolverle a Dios lo que me había dado y glorificarle. Si yo no lo comparto, nadie llegará a saber lo grandes que son el amor, la gracia y la misericordia de Dios».

María Martínez López