Todo hace suponer que, contando con el apoyo del Papa Francisco, Óscar Arnulfo Romero, quien fuera arzobispo de San Salvador, será muy pronto elevado a los altares.
Dicho personaje, quien se caracterizó por su apoyo a los grupos opositores al gobierno salvadoreño, fue asesinado en marzo de 1980. Al hablar de su figura, la opinión más difundida es que se trató de un obispo marxista asesinado por grupos derechistas.
Sin embargo, son muy pocos quienes conocen a fondo la verdadera personalidad de tan controvertido personaje.
Óscar Arnulfo Romero, quien nació en Ciudad Barrios en 1917 y fue ordenado sacerdote en 1942, en un principio fue un pastor piadoso y ejemplar, tanto así que su mayor deseo era poner sus aptitudes de escritor al servicio de la Iglesia. Es significativa la anécdota en la cual, apenas recién ordenado, le pidió al Papa Pío XII que bendijera su pluma.
Hizo una carrera meteórica, ya que, después de ser secretario de la Conferencia Episcopal Salvadoreña, pasó a ser obispo auxiliar de San Salvador en 1970, obispo de Santiago de María en 1974 y, por fin, arzobispo de San Salvador en 1977.
Es aquí donde lo rodean clérigos progresistas, haciéndole creer que está llamado a convertirse en el Mesías redentor de los humildes.
A partir de entonces, empezó a meterse descaradamente en política, con lo cual le hizo el juego a grupos izquierdistas que empezaron a manipularlo hasta hacerlo caer en la trampa de la demagogia. Alentados por sus homilías, fueron miles quienes extraviaron el camino al seguir la senda de la violencia.
Juan Pablo II lo manda llamar y es en Roma donde le hace ver lo erróneo de su actitud.
Frustrado, desanimado, pero deseando reparar tanto mal causado, Monseñor Romero dijo lo siguiente al final de su homilía del domingo 16 de marzo de 1980:
“Alguien me criticó como si yo quisiera unir en un solo sector las fuerzas populares con los grupos guerrilleros. Siempre en mi mente está muy clara la diferencia. A ellos, pues, y a quienes abogan por soluciones violentas, quiero llamarlos a la comprensión. Saber que nada violento puede ser duradero. Que hay perspectivas aún humanas de soluciones racionales y , sobre todo, por encima de todo, está la palabra de Dios que nos ha gritado hoy: ¡Reconciliación!”
¡Qué diferencia con el Monseñor Romero de apenas semanas atrás! Renacía en el prelado su perdida vocación de pastor de almas.
Es entonces cuando las mafias marxistas se dan cuenta de la evolución y, gracias a los informes dados por espías que rodean al arzobispo, saben que Monseñor Romero está a punto de emitir una condena fulminante contra guerrilleros y teólogos de la liberación.
La vieja estrategia comunista de convertir a la religión en un arma al servicio de la Revolución está a punto de venirse abajo.
Una semana después, el domingo 23 de marzo, una bala perfora el corazón de Monseñor Romero cuando estaba oficiando la Santa Misa.
De este modo, los autores intelectuales matan dos pájaros de un tiro:
* Por una parte, impiden que el mundo entero sepa que el arzobispo viene ya de regreso y que, por tratarse de un antiguo compañero de viaje, es tanto lo que sabe que, si llega a contarlo, podría causar muchos problemas.
* Y, por la otra, aprovechan para culpar de su muerte a empresarios, terratenientes, ejército y altos personajes del gobierno. Nada más natural que echarle la culpa a quienes el arzobispo atacó en vida.
Han pasado más de treinta años y, conforme va surgiendo más información, podemos sacar la siguiente conclusión:
Monseñor Romero fue un hombre desorientado que, por haber regresado al buen camino, fue asesinado por quienes, al matarlo, lo convirtieron en mártir.
No fue asesinado por ser marxista, sino, más bien, por ser un hombre de buena fe que tuvo el valor de recapacitar.
Pues bien, por haber reconocido sus errores y haberse adherido a la doctrina tradicional de la Iglesia, fue que lo mataron.
Ni duda cabe que, por mostrarse fiel al Papa y a la Verdad, con toda justicia, podemos afirmar que Monseñor Óscar Arnulfo Romero es un auténtico mártir de Cristo.