Si, la familia, pero la verdadera familia, es “tesoro inigualable”. Ese gran tesoro es el que ofrece el cristianismo, y tantas religiones, a la humanidad para si quieren las naciones aceptarla, y brindar ese oasis de amor a los niños desde su más tierna edad. Cuando la familia, así constituida, y no bajo otros modelos que desfiguran su esencial contenido se quieran implantar, es ella, efectivamente “célula primera” de la sociedad.
Para bien de la humanidad, la familia conformada en el orden natural por un hombre y una mujer, abiertos a la procreación y educación de hijos que contribuyan al bienestar de toda la sociedad, está llamada a ser “íntima comunidad conyugal de vida y amor, establecida sobre la alianza de los cónyuges”, (Gs. 48). Ese es el tan benéfico modelo que hemos tenido en naciones como Colombia, que tantos agradecemos como regalo de Dios quienes en ese ambiente nacimos y nos educamos. Lastimosamente, aquí, como en tantos lugares del mundo, los “progresistas” que guían hacia retrogradas civilizaciones quieren minimizar esa preciosa institución, y hasta suplantarla otros engendros de familias que ningún bien pueden aportar a los adultos que los asuman, ni a niños que en anormales hogares sean colocados en adopción.
Como “decisión histórica”, calificó un tal señor Albarracín, adalid de algunos que se autodenominan como que buscan una “Colombia diversa”, (El Tiempo 31-08-14) la decisión tomada por la Corte Constitucional de autorizar que a una organizada pareja del mismo sexo se le conceda tener en adopción al hijo biológico de una de esas mujeres. Esa decisión, en sí misma no lesiona los derechos del niño fundados en vinculo natural de estar al lado de su madre, así no sea sitio ideal por el mal ejemplo recibido en esa convivencia. Lo que es grave es la adopción cuando ningún vínculo de orden natural hay con el niño adoptado.
Estimo, por lo anterior, que ningún “paso trascendental” se ha dado con esa decisión de entregar el hijo a una madre biológica, así viva en unión antinatural. Lo grave es que quienes festinan esa decisión la quieran colocar como trampolín para extender esa adopción a los casos en que nada se puede alegar de orden natural, y universalizar esa situación hacia toda pareja en donde el niño tendrá siempre el trauma de no poder nunca individualizar cual es su padre y cual es su madre, derecho que tiene todo ser humano, con ese doble influjo psicológicamente tan conveniente para su formación. Hay el peligro, de que en las pretensiones de quienes quieren “una Colombia diversa”, esta el propósito de sacar a codazos valores culturales y religiosos, tan positivos como el de una auténtica familia, y avancen, como en el caso de la despenalización del aborto en solo ciertos casos, que lo han querido convertir en “derecho”.
Como propuesta de bien, ofrece la Iglesia Católica su ideal de familia que hemos recordado, presentado en documentos como la Constitución “Alegría y Esperanza”, del Vaticano II, en la Exhortación “La Iglesia ante el cambio”, del Episcopado colombiano (1969), y la gran Exhortación de San Juan Pablo Il “Familiaris Consortio” (1981). En este último documento, al lado de sustentar el gran bien de la familia inspirado en el mensaje cristiano, destaca lo favorable para los esposos, hombre y mujer, y el ambiente allí tan benéfico para los niños, a quienes se protege desde el vientre materno con “profunda estima por su dignidad personal y como un generoso servicio a sus derechos” (n.26). Para que esto se cumpla, debidamente, es el reclamo de una familia constituida según el orden natural.
Que adultos, así vivan en pareja no según el orden natural, tengan “derecho” a adoptar hijos extraños a ellos, es algo que se alega, olvidando el derecho del niño a tener familia verdadera, “tesoro inigualable”, y jardín limpio para esos capullos en flor que son los niños.
Por Mons. Libardo Ramírez Gómez*
Presidente del Tribunal Ecco Nal.