A pesar de lo que dicen, los abortistas no quieren que el aborto sea poco frecuente. «Teníamos el objetivo de que cada chica abortara entre tres y cinco veces de los 13 a los 18 años», ha contado hace poco la directora de una cadena de centros abortistas, arrepentida. Para conseguirlo, utilizaban la educación sexual desde la guardería para promover la promiscuidad entre los jóvenes, y les proporcionaban anticonceptivos de baja dosis, que fallan con frecuencia.
Uno de los argumentos más recurrentes de quienes defienden el aborto y lo practican es que su objetivo es que el aborto sea legal, seguro, y poco frecuente. Aseguran, también, que la forma de conseguirlo es facilitar lo más posible el acceso a los métodos anticonceptivos. Las entidades provida llevan años denunciando, por el contrario, que un mayor uso de anticonceptivos no hace que descienda el número de embarazos no deseados y de abortos, sino que aumente, por el sentimiento de falsa seguridad que generan en las personas que los usan.
Esta mentira podría atribuirse a la buena intención y la mala información de los abortistas. Sin embargo, algunos han reconocido ya que eran perfectamente conscientes de que la promoción de la promiscuidad sexual y los anticonceptivos entre los jóvenes terminaría provocando más abortos. De hecho, eso es precisamente lo que buscan: más abortos, más dinero.
Una de las personas que lleva años denunciando esta estrategia es Carol Everett, que entre 1977 y 1983 dirigió una cadena de cuatro centros abortistas en Texas (Estados Unidos), y fue responsable del aborto de unos 35.000 niños no nacidos. Unos años después, se arrepintió y abandonó el negocio del aborto. El pasado 9 de mayo, compartió su testimonio durante un acto benéfico después de la Marcha por la Vida en Ottawa (Canadá), que fue recogido por la agencia provida canadiense Lifesitenews.com.
Everett explicó que su equipo trabajaba por comisión, así que a más abortos, más ingresos. «Teníamos el objetivo de que cada chica abortara entre tres y cinco veces de los 13 a los 18 años»; pero, para eso, no bastaba sólo con satisfacer una necesidad. Había que crearla, y la forma de hacerlo era la forma que tenían los jóvenes de ver la sexualidad.
Desde la guardería
«Empezábamos en la guardería. Pones a los niños en un círculo, y recorres la sala preguntándoles a todos la misma pregunta: ¿Cómo llaman tus padres a tus partes íntimas? Vosotros y yo sabemos que cada familia usa una palabra diferente. Así que, cuando llegas al tercer o cuarto niño, les queda claro que los padres no saben qué tienen. Pero nosotros lo sabíamos. Les decíamos: Niños, esto es lo que tenéis vosotros; y niñas, esto es lo que tenéis vosotras».
Estas actitudes tenían como objetivo erosionar en los niños el sentido de pudor natural. Todo estaba pensado para «separar a los niños de sus valores y de sus padres». Después, en Primaria, empezaba un ataque más directo: en tercer grado, se enseñaba a los niños diagramas explícitos del coito. En cuarto, se les animaba a masturbarse, solos o en grupos del mismo sexo. Durante quinto y sexto, se daba el paso de la educación sexual al aborto.
En este momento, Everett se implicaba personalmente: «Mi meta era conseguir que fueran sexualmente activos tomando una píldora anticonceptiva de baja dosis que, para proporcionar un nivel de protección, se tiene que tomar cada día exactamente a la misma hora. Y vosotros y yo sabemos que no hay ningún adolescente en el mundo que haga todo a la misma hora cada día». En Estados Unidos, muchas centros que practican abortos son también clínicas de atención a la mujer: distribuyen anticonceptivos y realizan tareas informativas sobre salud sexual y reproductiva.
Un equipo de teleoperadores
Aquí entraba en juego el efecto paraguas, por el cual una persona que toma la píldora piensa que está a salvo de un embarazo no deseado, por lo que tendrá relaciones con más frecuencia que las que no toman la píldora. Lo que es novedoso es que se reconozca que los abortistas distribuían a propósito un tipo de píldoras que sabían que fallarían con más facilidad. Y, gracias a la educación sexual que habían recibido, cuando esa chica se quedara embarazada, creerá que su única opción es el aborto. «Así, conseguiríamos nuestra meta de entre tres y cinco abortos entre los 13 y los 18 años». De hecho, una chica acudió a su centro para abortar por novena vez.
Cuando se ponía en contacto con el centro abortista, se encontraba con empleados entrenados para dirigirla hacia el aborto. «Cuando sonaba el teléfono, estábamos listos. Habíamos entrenado a la gente para responder al teléfono como teleoperadores. Vendían el aborto por teléfono. Pero no podíamos llamarlos teleoperadores, eso es muy duro. Les llamábamos consejeros telefónicos. Les entrenábamos con un guión diseñado para superar todas y cada una de las objeciones al aborto. En esos consisten las ventas, ¿no? En superar las objeciones y conseguir el encargo; en este caso, el aborto».
La conferencia de Everett acabó con la recomendación de que cada persona esté pendiente de la educación sexual que sus hijos y nietos reciben en el colegio. «Es fundamental que lo sepamos, porque ellos avergüenzan a los niños, y si están avergonzados por lo que oyen, no van a llegar a casa y contarte lo que han oído. Os animo a que vayáis a vuestra biblioteca pública y a vuestros colegios y preguntéis que se usa para la educación sexual».
Por María Martínez López. Alfa y Omega/InfoCatólica